Herejes de Dune - Frank Herbert
Duncan miró a un rostro de mujer. Había visto un rostro como aquél antes: una simple tri tomada de una secuencia holo más larga. ¿Dónde había sido eso? ¿Dónde la había visto? Era un rostro casi ovalado, con tan sólo unas cejas un poco demasiado gruesas para alcanzar la curvilínea perfección.
La mujer habló:
- Mi nombre es Murbella. No lo recordarás, pero ahora me perteneces porque yo te marqué. Te he seleccionado.
Te recuerdo, Murbella.
Los ojos verdes bajo las arqueadas cejas daban a sus rasgos un centro de atención focal que dejaba su barbilla y su pequeña boca para un examen posterior. La boca tenía unos labios gruesos, y supo que podían enfurruñarse en respuesta.
Los ojos verdes miraron directamente a sus ojos. Qué fría, aquella mirada. Qué poder en ella.
Algo tocó su mejilla.
Abrió los ojos. ¡Aquello no era ningún recuerdo! Aquello le estaba ocurriendo realmente. ¡Le estaba ocurriendo ahora!
¡Murbella! Había estado allí y se había marchado. Ahora estaba de vuelta. Recordó haber despertado desnudo sobre una superficie blanda... un camastro. Sus manos lo reconocieron. Murbella desvestida justo encima de él, sus ojos verdes mirándole con una terrible intensidad. Lo había tocado simultáneamente en varios lugares. Un suave canturreo brotaba de entre sus labios.
Sintió la rápida erección, dolorosa en su rigidez.
No quedaba en él ningún poder de resistencia. Las manos de ella se movían por su cuerpo. Su lengua. ¡El canturreo! Su boca entrando en contacto con él por todas partes. Los pezones rozando sus mejillas, su pecho. Cuando vio sus ojos, comprendió que tras ellos había un plan consciente.
¡Murbella había vuelto, y lo estaba haciendo de nuevo!
Sobre su hombro derecho divisó una ancha ventana de plaz... y Lucilla y Burzmali detrás de aquella barrera. ¿Un sueño? Burzmali apretó sus palmas contra el plaz. Lucilla estaba de pie con los brazos cruzados, una expresión de entremezclada rabia y curiosidad en su rostro.
Murbella murmuró en su oído derecho:
- Mis manos son fuego.
Su cuerpo ocultaba los rostros detrás del plaz. Sintió el fuego allá donde ella lo tocaba.
Bruscamente, la llama envolvió su mente. Lugares ocultos dentro de él cobraron vida. Vio cápsulas rojas, como una hilera de resplandecientes salchichas, pasar por delante de sus ojos. Se sintió febril. El era una cápsula engullida, la excitación fulgurando a través de su consciencia. ¡Esas cápsulas! ¡Las conocía! Eran él mismo... eran...
Todos los Duncan Idaho, el original y la serie de gholas, fluyeron en su mente. Eran como vainas estallando, negando cualquier otra existencia excepto ellas mismas. Se vio a sí mismo aplastado bajo un enorme gusano con rostro humano.
- ¡Maldito seas, Leto!
Aplastado y aplastado y aplastado... una y otra vez.
- ¡Maldito seas! ¡Maldito seas! ¡Maldito seas!...
Murió bajo una espada Sardaukar. El dolor estalló en un brillante resplandor tragado por la oscuridad.
Murió en un accidente de tóptero. Murió bajo el cuchillo de una Habladorea Pez asesina. Murió y murió y murió.
Y vivía.
Las memorias fluían en él, hasta que se preguntó cómo podía albergarlas a todas. La dulzura de una hija recién nacida sostenida entre sus brazos. Los almizcleños olores de una compañera apasionada. La cascada de aromas del exquisito vino daniano. El jadeante agotamiento de la sala de prácticas.
¡Los tanques axlotl!
Recordó emerger una y otra vez: brillantes luces y blandas manos mecánicas. Las manos le daban la vuelta y, con los desenfocados ojos de un recién nacido, vio un gran montón de carne femenina... monstruosa en su casi inmóvil gordura... un laberinto de oscuros tubos uniendo su cuerpo a unos gigantescos contendores metálicos.
¿Un tanque axlotl?
Jadeó ante la sucesión de todas aquellas memorias seriadas que penetraban en cascada en él. ¡Todas aquellas vidas! ¡Todas aquellas vidas!
Ahora rercordó lo que los tleilaxu habían plantado en él, la sumergida consciencia que aguardaba tan sólo el momento de seducción a manos de una Imprimadora Bene Gesserit.
Estaba allí, sin embargo, preparada y a mano, y el esquema tleilaxu se hacía cargo de sus reacciones.
Duncan canturreó suavemente y la tocó, moviéndose con una agilidad que impresionó a Murbella. ¡No debería ser tan responsivo! ¡No de esta forma! La mano derecha de Duncan aleteó hacia los labios de su vagina mientras su mano izquierda acariciaba la base de su espina dorsal. Al mismo tiempo, su boca se movió suavemente sobre su nariz, descendió a sus labios, siguió bajando hacia el hueco de su sobaco izquierdo.
Y durante todo el tiempo canturreó suavemente, con un ritmo que pulsaba a través del cuerpo de ella, arrullándola... debilitándola...
Murbella intentó apartarse cuando él incrementó el ritmo de las respuestas de ella.
¿Cómo supo que debía tocarme precisamente en este instante? ¡Y aquí! ¡Y aquí! Oh, Sagrada Roca de Dur, ¿Cómo lo supo?
Duncan marcó la turgencia de sus pechos y captó la congestión en su nariz. Vio la forma en que sus pezones se ponían rígidos, su aureola oscureciéndose a su alrededor. Ella gimió y abrió mucho las piernas.
¡La Gran Matre me ayude!
Pero la única Gran Matre en la que podía pensar estaba segura más allá de aquella habitación, retenida por una puerta cerrada y una barrera de plaz.
Una energia desesperada fluyó en Murbella. Respondió de la única forma que conocía: tocando, acariciando... utilizando todas las técnicas que tan cuidadosamente había aprendido en los largos años de su aprendizaje.
A cada cosa que hacía, Duncan respondía con un contramovimiento locamente estimulante.
Murbella se dio cuenta de que ya no podía seguir controlando sus propias respuestas. Estaba reaccionando automáticamente desde algún pozo de conocimiento más profundo que su adiestramiento. Sentía sus músculos vaginales tensarse. Sentía el rápido fluir del líquido lubrificante. cuando Duncan la penetró, se oyó a si misma gemir. Sus brazos, sus manos, sus piernas, todo su cuerpo se movía con ambos sistemas de respuesta... los bien adiestrados automatismos y la profunda, muy profunda consciencia de otras demandas.
¿Cómo ha conseguido hacerme ésto?
Olas de extáticas contracciones se iniciaron en los suaves músculos de su pelvis. Sintió la automática respuesta del hombre, y notó el seco golpe de su eyaculación. Aquello aumentó aún más su respuesta. Extáticas pulsaciones brotando hacia afuera a partir de las contracciones de su vagina... hacia afuera... hacia afuera. El éxtasis sumergió todos sus sentidos. Cada uno de sus músculos se estremeció con un éxtasis que no había imaginado pudiera existir.
De nuevo, las olas brotaron hacia afuera.
Una y otra vez...
Perdió la cuena de las repeticiones.
Cuando Duncan gimió, ella gimió también y las olas brotaron de nuevo hacia afuera.
Y otra vez...
No había sensación de tiempo ni de entorno, solamente aquella inmersión en un constante éxtasis.
Deseaba que continuara siempre, y deseaba que se detuviera. ¡Aquello no podía estarle ocurriendo a una mujer! Una Honorada Matre no podía experimentarlo. Aquellas eran las sensaciones por las cuales eran gobernados los hombres.
Duncan emergió del esquema de respuestas que había sido implantado en él. Había algo más que se suponía que debía hacer. No podía recordar lo que era.
¿Lucilla?
La imaginó muerta frente a él. Pero aquella mujer no era Lucilla; era... era Murbella.
Había muy poca fuerza en él. Se alzó, apartándose de Murbella, y consiguió ponerse de rodillas sobre el camastro. Sus manos temblaban con una agitación que no podía comprender. Murbella intentó apartar a Duncan lejos de ella, pero ya no estaba allí. Abrió bruscamente los ojos.
Duncan estaba arrodillado sobre ella. No tenía la menor idea de cuánto tiempo había transcurrido. Intentó hallar la energía necesaria para sentarse, y fracasó. Lentamente, la razón fue regresando a su mente.
Miró a los ojos de Duncan, sabiendo ahora quién debía ser aquel hombre. ¿Hombre? Era solamente un muchacho. Pero había hecho cosas... cosas... Todas las Honoradas Matres habían sido advertidas. Había un ghola armado por los tleilaxu con conocimientos prohibidos. ¡Ese ghola debía ser muerto!
Un pequeño estallido de energía brotó en sus músculos. Se alzó sobre sus codos. Jadeando en busca de aire, intentó rodar apartándose de él, y cayó de espaldas sobre la blanda superficie.
¡Por la Roca Sagrada de Dur! ¡No podía permitirse que aquel macho viviera! Era un ghola, y podía hacer cosas únicamente permitidas a las Honoradas Matres. Deseaba golpearle y, al mismo tiempo, deseaba volver a atraerlo contra su cuerpo. ¡El éxtasis! Sabía que en aquel momento haría cualquier cosa que él le pidiera. Lo haría por él.
¡No! ¡Debo matarlo!
Una vez más, se alzó sobre sus codos y, partiendo de aquella posición, consiguió sentarse. Su débil mirada cruzó la ventana tras la que había confinado a la Gran Honorada Matre y su guía. Seguían allí de pie, mirándola. El rostro del hombre estaba enrojecido. El rostro de la Gran Honorada Matre era tan inamovible como la propia Roca de Dur.
¿Cómo puede quedarse símplemente ahí después de lo que ha visto? ¡La Gran Honorada Matre debe matar a este ghola!
Murbella hizo señas a la mujer detrás del plaz, y se giró hacia la cerrada puerta junto al camastro. A duras penas, consiguió correr el cierre y abrir la puerta antes de derrumbarse de nuevo de espaldas. Sus ojos se alzaron hacia el arrodillado muchacho. El sudor empapaba aquel joven cuerpo. Aquel atractivo cuerpo...
¡No!
La desesperación la impulsó a intentar ponerse en pie. Consiguió bajar del camastro y quedar de rodillas en el suelo, luego, en un desesperado impulso de su voluntad, se alzó. Las energías estaban volviendo a ella, pero sus piernas temblaban cuando rodeó los pies del camastro.
Debo hacerlo por mí misma, sin pensar. Debo hacerlo.
Su cuerpo se tambaleaba de uno a otro lado. Intento afirmarse sobre sus pies, y lanzó un golpe contra el cuello del muchacho. Conocía aquel golpe gracias a las largas horas de práctica. Destrozaría su laringe. La víctima moriría asfixiada.
Duncan bloqueó fácilmente el golpe, pero era lento... lento.
Murbella casi cayó a su lado, pero las manos de la Gran Honorada Matre la sostuvieron.
- Matadlo -jadeó Murbella-. Es aquél contra quien nos advirtieron. ¡Es él!
Murbella sintió las manos sobre su cuello, los dedos apretando salvajemente en los nervios debajo de sus oídos.
Lo último que oyó Murbella antes de que la inconsciencia se apoderara de su mente y cuerpo fue a la Gran Honorada Matre diciendo:
- No vamos a matar a nadie. Este ghola va a ir a Rakis.
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