Los Seres Fulgentes - David Eddings - El Tamuli II
- Claro que te amo, Berit-caballero -dijo la emperatriz Elysoun con un poco de tristeza-, pero también lo amo a él.
- ¿Y a cuántos más amas, Elysoun? -le preguntó Berit con tono ácido.
La emperatriz de pechos desnudos se encogió de hombros.
- He perdido la cuenta. A Sarabian no le importa. ¿Por qué habría de importarte a tí?
- ¿Entonces hemos acabado? ¿Ya no quieres volver a verme?
- No seas ridículo, Berit-caballero. Por supuesto que quiero volver a verte... tan a menudo como me sea posible. Lo único que sucede es que habrá ocasiones en que estaré ocupada viéndolo a él. No tenía necesidad de decírtelo, ya lo sabes, pero eres tan bueno que no quería actuar a tus espaldas para... -la muchacha luchaba para encontrar la palabra adecuada.
- ¿Para ser infiel? -dijo bruscamente Berit.
- Yo nunca soy infiel -le contestó ella indignada-. Retira eso ahora mismo. Soy la dama más fiel de toda la corte. Le soy fiel a al menos una docena de jóvenes, a todos al mismo tiempo.
El se echó a reir repentínamente.
- ¿Qué es lo que te hace tanta gracia? -le preguntó ella con tono imperioso.
- Nada, Elysoun -replicó él con un afecto genuino-. Eres tan deliciosa que no puedo evitar echarme a reír.
Ella suspiró.
- La vida sería mucho más sencilla para mí si los hombres no os tomarais estas cosas con tanta seriedad. El amor debería ser divertido, pero vosotros fruncís el ceño y agitáis los brazos en el aire por su causa. Vete a amar a alguna otra. A mí no me importa. Siempre y cuando todo el mundo sea feliz, ¿qué importancia tiene quién ha hecho feliz a cada cual?
Él le sonrió.
- Todavía me amas, ¿verdad, Berit-caballero?
- Por supuesto que sí, Elysoun.
- ¿Lo ves? ¿Todo está arreglado, entonces?
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