El Rey de los Murgos - David Eddings
- Esto es espantoso -gimió Urgit con la cara verdosa-. No estoy seguro de si se debe a la bebida o al mar. Me pregunto si me sentiría mejor si metiera la cabeza en un cubo de agua.
- Sólo si la mantienes sumergida el tiempo suficiente.
- Buena idea. -Urgit recostó la cabeza sobre la baranda, para que la llovizna le mojara la cara-. Belgarion -preguntó por fín-, ¿qué es lo que estoy haciendo mal?
- Has bebido demasiado.
- No me refiero a eso. ¿Cuáles son mis errores como rey?
Garion lo miró. El hombrecillo era sincero y Garion volvió a experimentar la misma compasión que había sentido por él en Rak Urga. Por fin tuvo que admitir que aquel hombre le caía bien. Respiró hondo y se sentó junto al apesadumbrado Urgit.
- Ya conoces uno de ellos. Dejas que la gente te dé órdenes.
- Es porque tengo miedo, Belgarion. Cuando yo era pequeño, solía dejarme atropellar porque de ese modo evitaba que me mataran. Supongo que se convirtió en un hábito.
- Todo el mundo tiene miedo.
- Tú no. Tú te enfrentaste a Torak en Cthol Mishrak, ¿verdad?
- No fue idea mía y no puedes imaginarte lo asustado que estaba cuando iba hacia allí.
- ¿Tú?
- Oh, sí. Pero estás empezando a controlar tu problema. Te las arreglaste muy bien con ese general en el palacio Drojim. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Kradak. Recuerda siempre que eres el rey y que eres tú quien debe dar las órdenes.
- Lo intentaré. ¿Qué otro error estoy cometiendo?
- Intentas hacerlo todo solo -respondió Garion después de reflexionar un momento-, y eso es imposible. Hay demasiados detalles a tener en cuenta para que un hombre solo pueda hacerse cargo de todo. Necesitas ayuda de gente competente y honesta.
- ¿Cómo voy a conseguir ayuda en Cthol Murgos? ¿En quién puedo confiar?
- Confías en Oskatat, ¿verdad?
- Bueno, sí, supongo que sí.
- Ese es un comienzo. Mira, Urgit, el problema es que en Rak Urga hay gente tomando las decisiones que deberías tomar tú y lo hacen porque has estado demasiado asustado o demasiado ocupado para hacer valer tu autoridad.
- Eres contradictorio, Belgarion. Primero me dices que debería buscar ayuda y luego que no debería dejar que los demás tomaran decisiones por mí.
- No me has escuchado bien. La gente que toma decisiones por tí no es la que tú habrías elegido. Simplemente se atribuyeron esa responsabilidad ellos mismos. En la mayoría de los casos, ni siquiera sabes quiénes son. Eso no puede funcionar. Tienes que elegir a tus hombres con cuidado. Su primera virtud tiene que ser la eficiencia, luego viene la lealtad hacia tí y hacie tu madre.
- Nadie me es leal, Belgarion. Mis súbditos me desprecian.
- Podrían sorprenderte. No tengo ninguna duda sobre la lealtad de Oskatat ni de su eficiencia. Tal vez sea un buen modo de empezar. Deja que él elija a tus administradores. Comenzarán siendo leales a él, pero con el tiempo llegarán a respetarte a tí también.
- No se me había ocurrido. ¿Crees que funcionará?
- Probar no te hará ningún daño. Para serte completamente franco, amigo mío, tú has complicado mucho las cosas y te llevará bastante tiempo arreglarlas. Sin embargo, tienes que empezar por alguna parte.
- Me has dado mucho en que pensar, Belgarion. -Urgit tembló y miró a su alrededor.- Aquí hace mucho frío. ¿Dónde ha ido Kheldar?
- Adentro. Creo que intenta reponerse.
- ¿Te refieres a que hay algo que cure esto?
- Algunos alorns recomiendan tomar un poco más de lo que te puso en ese estado.
- ¿Más? -preguntó Urgit horrorizado y con la cara pálida-. ¿Cómo pueden hacerlo?
- Los alorns son famosos por su valentía.
- Espera -dijo Urgit con una mirada desconfiada-, ¿eso no haría que me sintiera exactamente igual mañana por la mañana?
- Tal vez. Eso explica porqué los alorns están de tan mal humor cuando se levantan de la cama.
- Eso es una estupidez, Belgarion.
- Lo sé. Los murgos no tienen el monopolio de la estupidez. -Garion miró al hombrecillo tembloroso-. Creo que será mejor que entres -observó-. Con todos tus problemas, lo último que necesitas es un resfriado.
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