Tiempos Interesantes - Terry Pratchett
Aquí es donde los dioses juegan partidas con las vidas de los hombres, en un tablero que es al mismo tiempo una simple zona de juego y el mundo entero.
Y Sino siempre gana.
Sino siempre gana. La mayoría de los dioses lanzan los dados pero Sino juega al ajedrez, y uno no descubre hasta que es demasiado tarde que durante todo el tiempo ha usado dos reinas.
Sino gana. Por lo menos eso es lo que se dice. Suceda lo que suceda, después dicen que debe de haber sido el Sino.*
Los dioses pueden adoptar cualquier forma, pero el único elemento de sí mismos que no pueden cambiar son sus ojos, y estos revelan su naturaleza. Los ojos de Sino apenas pueden llamarse ojos: no son más que agujeros oscuros a un infinito salpicado de algo que tal vez sean estrellas, o, en un segundo vistazo, podrían ser otras cosas.
Ahora parpadeó con aquellos ojos, sonrió a sus compañeros de partida con esa petulancia con que los ganadores sonríen justo antes de convertirse en ganadores y dijo:
- Yo acuso al Sumo Sacerdote de la Túnica Verde, en la biblioteca y con el hacha de dos manos.
Y ganó.
Dedicó una amplia sonrisa a los demás.
- Giempge ganan loj mijmoj -refunfuñó Offler el Dios Cocodrilo a través de sus colmillos.
- Parece que hoy me estoy siendo propicio -dijo Sino-. ¿A alguien le apetece jugar a otra cosa?
Los dioses se encogieron de hombros.
- ¿A los Reyes Locos? -preguntó Sino en tono amable-. ¿A Amantes Desventurados?
- Creo que hemos perdido las reglas de ese -dijo Ío el Ciego, jefe de los dioses.
- ¿O a Marineros Arrojados al Mar por Tempestades?
- Siempre ganas en ese -dijo Ío.
- ¿A Inundaciones y Sequías? -propuso Sino-. Ese es fácil.
Una sombra se cernió sobre la mesa de juego. Los dioses levantaron la vista.
- Ah -dijo Sino.
- Que empiece una partida -dijo la Dama.
Siempre era tema de discusión si la recién llegada era o no una diosa de verdad. Estaba claro que nadie había llegado a ninguna parte adorándola, y ella tenía tendencia a aparecer solamente donde menos se la esperaba, como por ejemplo ahora. Y la gente que confiaba en ella raras veces sobrevivía. Cualquier templo levantado en su honor era firme candidato a ser destruído por un rayo. Era mejor hacer malabarismos con hachas sobre la cuerda floja que pronunciaba su nombre. Llámala simplemente la camarera de la taberna de la Última Oportunidad.
Normalmente se la conocía como la Dama, y tenía los ojos verdes; no verdes como los ojos de los humanos, sino puro verde esmeralda de punta a cabo. Se decía que era su color favorito.
- Ah -volvió a decir Sino-. ¿Y a qué juego será?
Ella se sentó delante de él. Los dioses que presenciaban la escena se miraron de reojo. Aquello se ponía interesante. Estos dos eran antiguos enemigos.
- ¿Qué opinas de...? -ella hizo una pausa-, ¿... Poderosos Imperios?
- Oh, eje ej un ajco -dijo Offler, rompiendo el repentino silencio-. Al final je muegue todo el mundo.
- Sí -dijo Sino-. Creo que sí se mueren. -Señaló con la barbilla a la Dama, y más o menos con la misma voz con que los jugadores profesionales dicen "¿Ases ganan?", preguntó-: ¿Con Caída de Grandes Dinastías? ¿Con Destinos de Naciones Pendiendo de un Hilo?
- Por supuesto -dijo ella.
- Oh, bien. -Sino pasó la mano por encima del tablero. Apareció el Mundodisco-. ¿Y dónde jugamos?
- En el Continente Contrapeso -dijo la Dama-. Donde cinco familias nobles llevan siglos luchando entre ellas.
- ¿De verdad? ¿Y qué familias son? -preguntó Ío. Se metía poco en los asuntos de humanos individuales. Solía ocuparse más bien de los truenos y relámpagos, así que, desde su punto de vista, el único propósito de la humanidad era mojarse o, de forma ocasional, achicharrarse.
- Los Hong, los Sung, los Tang, los McSweeney y los Fang.
- ¿Esos? No sabía que fueran nobles -dijo Ío.
- Son todos muy ricos y han matado, o torturado hasta la muerte a millones de personas por una mera cuestión de conveniencia y orgullo -dijo la Dama.
Los dioses presentes asintieron con solemnidad. Aquel era ciertamente un comportamiento noble. Era exactamente lo que habrían hecho ellos.
- ¿Los McFweeney? -preguntó Offler.
- Una familia con mucha solera -dijo Sino.
- Oh.
- Y se pelean entre ellos por el Imperio -dijo Sino-. Muy bien. ¿Y con cuáles quieres jugar?
La Dama miró el fragmento de historia que tenían desplegado delante.
- Los Hong son los más poderosos. Mientras estábamos aquí hablando han tomado más ciudades -dijo ella-. Veo que están destinados a ganar.
- De modo que, sin duda, escogerás a una familia más débil.
Sino hizo otro gesto con la mano. Las piezas del juego aparecieron y emprezaron a moverse por el tablero como si tuvieran vida propia, lo cual desde luego era cierto.
- Pero jugaremos sin dados -dijo él-. No me fío de ti con los dados. Los tiras a sitios donde no puedo verlos. Jugaremos con acero, tácticas, política y guerras.
La Dama asintió.
Sino miró a su oponente.
- ¿Y tu jugada? -preguntó.
Ella sonrió.
- Ya la he hecho -contestó.
Él bajó la vista.
- Pero no veo tus piezas en el tablero.
- Todavía no están en el tablero -dijo ella.
La Dama abrió la mano.
Tenía algo negro y amarillo en la palma. Sopló encima y aquello desplegó las alas.
Era una mariposa.
Sino siempre gana...
Por lo menos cuando la gente se ciñe a las normas.
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