sábado, 30 de junio de 2007

Batido de plátano

Ingredientes:

Plátanos, alrededor de la media docena, bien maduros
Nata líquida, más o menos unos 200-300 cl, pero se puede echar toda la que se quiera.
Leche, como un litro
Especias (yo suelo usar menta, eneldo, vainilla... realmente poco de cada, para que no se coman el sabor a plátano)
Azúcar al gusto

Preparación:

En un cacharro bien grande se trocean los plátanos una vez pelados, se agrega la nata líquida y se bate todo bien con la batidora hasta que está bien deshecho. Se agregan las especias al gusto, sin pasarse para que no se coman el sabor, y el azúcar al gusto. Hay que matizar que si los plátanos estaban muy maduros (oscuros) no hace falta agregar azúcar, pues de por sí ya queda realmente dulce.
Se bate un poco más para que quede todo bien mezclado y se va agregando leche al gusto o hasta terminar el litro.

Si la leche estaba fría, se puede tomar ya, o incluso a temperatura ambiente, pero si se quiere frío, en vez de agregarle hielo, mejor meterlo en la nevera un rato ;)

Ya me diréis si os gusta ^^

La luz fantástica - Terry Pratchett

Y muy lejos, pero situado en el curso de colisión, el héroe más grande jamás nacido en el Disco se liaba un cigarrillo, completamente inconsciente de la que le aguardaba.
El pitillo que hacía girar expertamente entre los dedos era interesante: como muchos magos errantes de los que había aprendido el arte, aquel héroe tenía la costumbre de guardarse las colillas en un saquito de cuero y usar los restos para hacerse nuevos cigarrillos. Las implacables leyes de los promedios dictaban que parte de aquel tabaco había sido fumado casi contínuamente durante muchos años. La sustancia que intentaba prender sin éxito..., bueno, digamos que habría servido para alquitranar carreteras.
Tan grande era la reputación de este hombre que un grupo de jinetes nómadas bárbaros le había invitado respetuosamente a reunirse con ellos en torno a su hoguera de boñigas de caballo. Los nómadas de las regiones del Eje solían emigrar hacia la Periferia cuando llegaba el invierno, y éstos formaban parte de una tribu que había plantado sus tiendas de fieltro en la sofocante ola de calor de -3 grados. Ivan por ahí con las narices despellejadas y quejándose de insolaciones.
El efe bárbaro dijo:
- ¿Cuáles, pues, son las grandes cosas que un hombre puede encontrar en la vida?
Es el tipo de conversaciones que hay que iniciar para que los bárbaros esteparios se mantengan sentados en círculos.
El hombre situado a su derecha bebió pensativamente un sorbo de cóctel de leche de yegua y sangre de lince blanco, y así habló:
- El horizonte nítido de la estepa, el viento en tu melena, un caballo descansado para cabalgar.
El hombre de su izquierda dijo:
- El grito de un águila blanca en las montañas, la caída de la nieve en el bosque, una buena flecha en tu arco.
El jefe asintió y dijo:
- Sin duda es el espectáculo de tu enemigo muerto, la humillación de su tribu y el llanto de sus mujeres.
Se oyó un murmullo generalizado de aprobación ante tan extravagante afirmación.
El jefe se volvió respetuosamente hacia su invitado, una figurilla que se calentaba cuidadosamente los sabañones junto a la hoguera.
- Pero nuestro huésped, cuyo nombre es legendario, sin duda conoce la verdad: ¿Cuáles son las grandes cosas que un hombre puede encontrar en la vida?
El invitado se detuvo en mitad de otro inútil intento por encender su pitillo.
- ¿Cómo dicez? -preguntó, desdentado.
- Que cuáles son las grandes cosas que un hombre puede encontrar en la vida.
Los guerreros se inclinaron hacia delante para oír mejor. Aquello valdría la pena.
El invitado pensó durante largo rato con todas sus fuerzas, y luego dijo con voz pausada:
- Agua caliente, buenoz dientez y papel higiénico suave.

[...]

Los druidas del Disco se enorgullecían de su progresista aproximación al descubrimiento de los misterios del universo. Por supuesto, como los druidas de todas partes, creían en la unidad esencial de todo lo que vive, en el poder curativo de las plantas, en el ritmo natural de las estaciones y en la incineración de todo el que no percibiera adecuadamente todo esto, pero también habían pensado mucho sobre la base misma de la creación, y llegaron a formular la siguiente teoría:
El universo, según decían, dependía para su funcionamiento del equilibrio de cuatro fuerzas que ellos identificaban como encanto, persuasión, inseguridad y mala leche.
De esta manera, el sol y la luna orbitaban en torno al Disco porque habían sido persuadidos para no caer, pero en realidad no volaban a causa de la inseguridad. El encanto permitía que los árboles crecieran y la mala leche los mantenía arriba, etcétera.
Algunos druidas sugirieron que existían ciertos fallos en esta teoría, pero los druidas más ancianos les explicaron con precisión que había un lugar y un momento para la polémica documentada y el debate científico: la pira ceremonial en el siguiente solsticio.

[...]

Pero una figura menuda y solitaria vigilaba también desde el útil escondrijo que le proporcionaba una piedra caída. Una de las leyendas más grandes del Disco observaba con considerable interés los acontecimientos que se desarrollaban en el círculo de piedra.
Vio como los druidas cerraban el corro y entonaban el cántico, vio como el jefe druida alzaba su hoz...
Oyó la voz.
- ¡Disculpad un momento, por favor! ¿Puedo decir una cosa?

Rincewind miró desesperadamente a su alrededor buscando una salida. No la había. Dosflores estaba de pie junto a la piedra que servía de altar, con un dedo alzado y una actitud de educada determinación.
Rincewind recordó el día en que Dosflores había pasado junto a un carretero que apaleaba a los bueyes con demasiada fuerza, y la presentación que el turista hizo de sus teorías acerca de la protección de los animales dejó al mago magullado y sangrante.
Los druidas miraban a Dosflores con la clase de expresión que se suele reservar para una oveja que se ha vuelto loca o una lluvia de ranas. Rincewind no alcanzaba a oír lo que decía, pero unas cuantas frases como "costumbres folklóricas" y "flores y frutos" le llegaron desde el silencioso círculo.
En aquel momento, unos dedos que parecían palitos de queso se cerraron en torno a la garganta del mago, y algo extremadamente afilado y cortante le arañó la nuez, mientras una voz húmeda susurraba junto a su oído:
- Ni una palabda o edez hombde muedto.
Los ojos de Rincewind giraron en sus órbitas como si estuvieran buscando un camino de salida.
- Si no quieres que diga nada, ¿cómo sabrás que he comprendido lo que acabas de decirme? -siseó.
- ¡Calla y dime qué hace el otdo idiota!
- Oye, espera, si tengo que callarme no puedo...
El cuchillo junto a su garganta se convirtió en una raya caliente de dolor, y Rincewind decidió dar un pase pernocta a la lógica.
- Se llama Dosflores. No es de por aquí.
- Ya me padecía a mí. ¿Ez amigo tuyo?
- Tenemos una especie de relación odio-odio, sí.
Rincewind no alcanzaba a ver a su agresor, pero por lo que sentía a su espalda, tenía el cuerpo hecho de percheros. Además, apestaba a caramelos de menta.
- Hay que deconoced que tiene agallaz. Haz exactamente lo que te digo y quizá laz agallaz de tu amigo no acaben eztampadaz en la piedda.
- Urrr.
- Ezta gente no ez muy ecuménica, ¿zabez?
Fue en aquel momento cuando la luna, con la debida obediencia a las leyes de la persuasión, salió; aunque, por deferencia a las leyes informáticas, no fue por un lugar ni siquiera remotamente cercano a las piedras colocadas a tal efecto.
Pero lo que había allí, escudriñando entre los jirones de nubes, era una brillante estrella roja. Pendía exctamente sobre la piedra sagrada del círculo, deslumbrante como una chispa en las órbitas oculares de la Muerte. Era sombría, terrible y, como no pudo evitar advertir Rincewind, un poco más grande que la noche anterior.
Un grito de horror se elevó de entre los sacerdotes reunidos. En la periferia, la multitud se apretujó hacia adelante: aquello parecía prometedor.
Rincewind sintió que le ponían el mango de un cuchillo en la mano, y oyó la voz chirriante a su espalda.
- ¿Haz hecho alguna vez ezta claze de cozaz?
- ¿Qué clase de cosas?
- Atacad un templo, matad a loz zaceddotez, dobad el odo y dezcatad a la chica.
- No, al menos no con esas palabras.
- Puez ze hace azí.
A cinco centímetros de la oreja de Rincewind, la voz se convirtió en el aullido de un mandril que acabara de pisar una trampa en un desfiladero con buena resonancia, y una forma menuda pero fuerte salió corriendo junto a él.
A la luz de las antorchas, vio que se trataba de un hombre muy viejo, de la variedad huesuda que se suele denominar "vital para su edad", con la cabeza completamente pelada, una barba que le llegaba casi hasta las rodillas y unas piernecillas como alambres en las cuales las venas varicosas habían dibujado el mapa de una ciudad bastante grande. A pesar de la nieve, no llevaba más que un taparrabos de cuero y un par de botas en las que habrían cabido sin problemas otros dos pies.
Los dos druidas más cercanos a él intercambiaron miradas y blandieron las hoces. Hubo una mancha borrosa y se derrumbaron, convertidos en bolas de agonía que emitían sonidos castañeteantes.
En el tumulto que siguió, Rincewind consiguió deslizarse hacia la piedra altar, sujetando el cuchillo con dos dedos como para no provocar ningún comentario desaprobador. La verdad es que nadie le prestaba demasiada atención: los druidas que no habían huido del círculo, generalmente los más jóvenes y musculosos, se habían congregado en torno al anciano con intención de discutir el tema del sacrilegio en relación con los círculos de piedra. Pero, a juzgar por las risitas temblorosas y el ruido de golpes, era él quien dirigía el debate.
Dosflores observaba la pelea con interés. Rincewind le agarró por un hombro.
- ¡Vámonos! -gritó.
- ¿No deberíamos ayudar?
- Estoy seguro de que no haríamos más que estorbar -se apresuró a decir Rincewind-. Ya sabes lo molesto que es cuando estás trabajando y la gente no hace más que intentar mirar lo que haces.
- Como mínimo tenemos que rescatar a la joven -replicó Dosflores con firmeza.
- ¡Muy bien, pero deprisa!
Dosflores cogió el cuchillo y corrió hacia la piedra altar. Tras varios intentos de aficionado, consiguió cortar las cuerdas que ataban a la chica, quien se sentó y rompió a llorar.
- No pasa nada... -empezó a decir el turista.
- ¡Claro que pasa, imbécil! -le espetó ella, mirándole con unos ojos ribeteados de rojo-. ¿Por qué la gente siempre tiene que estropearlo todo?
Resentida, se sonó la nariz con el borde de la túnica.
Dosflores, avergonzado, alzó la vista hacia Rincewind.
- Mmm... me parece que no lo comprendes bien -dijo-. Te acabamos de salvar de una muerte segura.
- No ha sido fácil -sollozó ella-. Quiero decir, mantenerte... -Se sonrojó y retorció el dobladillo de su túnica-. O sea, seguir..., no dejar que te..., no perder las... cualificaciones...
- ¿Cualificaciones? -interrogó Dosflores, ganando el Trofeo Rincewind a la persona más lenta de entendederas del universo.
La chica entrecerró los ojos.
- A estas horas podría estar ya con la Diosa Luna, bebiendo aguamiel en una copa de plata -dijo malhumorada-. ¡Ocho años de quedarme en casa las noches de los sábados, todo a la basura!
Alzó la vista hacia Rincewind y lanzó un gruñido despectivo.
En aquel momento, el mago sintió algo. Quizá fue el tenue roce de una pisada tras él, quizá un movimiento reflejado en los ojos de la chica..., el caso es que se agachó.
Algo silbó en el aire atravesando el lugar donde había estado su cuello y rozó el cráneo calvo de Dosflores. Rincewind se volvió en redondo y vio como el archidruida preparaba de nuevo su hoz para descargar otro tajo. Ante la ausencia de cualquier posibilidad de huida, lanzó una patada desesperada.
Alcanzó de lleno al druida en la rodilla. El hombre gritó y dejó caer el arma. En aquel momento se oyó un desagradable ruidillo carnoso, y se derrumbó hacia adelante. Tras él, el hombrecillo de la larga barba arrancó su espada del cadáver, la limpió con un puñado de nieve y dijo:
- El lumbago me eztá matando. Puedez llevad el teozodo.
- ¿Tesoro? -inquirió débilmente Rincewind.
- Laz gadgantillaz y ezaz cozaz. Todoz loz colladez de odo. Tienen ontonez de elloz. Azí zon loz zaceddotez... -dijo el viejo desdentado-. ¿Quién ez la chica?
- No quiere que la rescatemos -explicó Rincewind.
La chica miró desafiante al anciano bajo unos párpados recargados de maquillaje.
- A tomad pod culo -dijo el viejo.
Con un solo movimiento se la echó al hombro..., se tambaleó, lanzó un grito de dolor tras la protesta de su artritis, y cayó.
Tras un momento en posición supina, dijo:
- No te quedez ahí padada, maldita zodda..., ayúdame a levantadme.
Para asombro de Rincewind, y probablemente también para el suyo propio, la chica obedeció.
Enretanto, el mago intentaba levantar a Dosflores. El turista tenía en la sien un rasguño que no parecía muy profundo, pero estaba inconsciente, con el rostro congelado en una sonrisa ligeramente preocupada. Su respiración era superficial y... extraña.
Y parecía muy ligero. No sólo poco pesado, sino casi sin peso. Era como si el mago estuviera sosteniendo una sombra.
Rincewind recordó haber oido que los druidas usaban venenos raros y terribles. Por supuesto también había oído, generalmente de labios de las mismas personas, que los criminales tenían los ojos muy juntos, que los rayos jamás caían dos veces sobre el mismo sitio y que si los dioses hubieran querido que el hombre volase le habrían proporcionado billetes de avión. Pero la ligereza de Dosflores asustó a Rincewind. Le asustó muchísimo.
Miró a la chica. Se había echado al viejo a un hombro, y dirigió una sonrisita apologética al mago. Desde algún lugar cercano a la base de su espalda, una voz cascada dijo:
- ¿Lo tienez todo ya? Puez vámonoz antez de que vuelvan.
Rincewind cogió a Dosflores bajo un brazo y trotó tras ellos.
No parecía tener otra opción.

El viejo tenía un caballo atado a un arbolillo retorcido, en un desfiladero lleno de nieve a cierta distancia de los círculos. Era un animal esbelto y lustroso, y la impresión general de que era un soberbio corcel de batalla quedaba enturbiada sólo en parte por el anillo hemorroide atado a la silla.
- Muy bien, ya puedez bajadme. Hay una botella de linimento en la alfodja, zi no te impodta...
Rincewind dejó caer a Dosflores apoyándolo contra el árbol con toda la suavidad posible y, a la luz de la luna -sumada al resplandor rojizo de la amenazadora estrella nueva, según advirtió-, tuvo oportunidad de examinar bien por primera vez a su salvador.
Sólo tenía un ojo, el otro estaba cubierto por un parche negro. Su flaco cuerpecillo era un entramado de cicatrices y, en aquel momento, la tendinitis lo tenía hecho polvo. Obviamente, sus dientes habían dimitido hacía tiempo.
- ¿Cómo te llamas? -preguntó.
- Bethan -respondió la chica, frotando un puñado de maloliente ungüento verdoso sobre la espalda del anciano.
Por su aspecto, el linimento no era parte de la historia cuando eres una virgen recién rescatada del sacrficicio por un héroe con un corcel blanco..., pero también parecía pensar que, si el linimento entraba en juego, lo mejor era usarlo bien.
- Le preguntaba a él -dijo Rincewind.
Un ojo brillante como una estrella se clavó en él.
- Mi nombde ez Cohen, chico.
Las manos de Bethan se detuvieron en el acto.
- ¿Cohen? -preguntó-. ¿Cohen el Bárbaro?
- El mizmo.
- Espera, espera -interrumpió Rincewind-. Cohen es un tipo corpulento, con un cuello de toro, los músculos de su pecho son como sacos de balones de fútbol. Es el mejor guerrero del Disco, una leyenda viviente. Mi abuelo me contó que le había visto..., mi abuelo me contó..., mi abuelo...
Se detuvo ante la mirada penetrante del viejo.
- Oh -dijo-. Oh. Claro. Perdón.
- Zí -suspiró Cohen-. Ez ciedto, chico. Máz que una leyenda, zoy hiztodia.
- Cielos -se asombró Rincewind-. ¿Cuántos años tienes, exactamente?
- Ochenta y ziete.
- ¡Pero si eras el más grande! -exclamó Bethan-. ¡Los bardos todavía cantan canciones sobre ti!
Cohen se encogió de hombros y lanzó un gemido de dolor.
- Y nunca me pagaron doyaltiez -dijo. Contempló la nieve con tristeza-. Éza ez la zaga de mi vida. Ochenta añoz en el negocio, ¿y qué he zacado en limpio? Lumbago, almoddanaz, úlcera de eztómago y cien decetaz difedentez pada haced zopa. ¡Zopa! ¡Odio la zopa!

sábado, 23 de junio de 2007

Spandau Ballet - Gold

Thank you for coming home.
I'm sorry that the chairs are all worn.
I left them here I could have sworn.
These are my salad days slowlyy being eaten away.
Just another play for today.
Oh but I'm proud of you but I'm proud of you.
Nothing left to make me feel small.
Luck has left me standing so tall, all.

Gold (gold)
Always believe in your soul.
You've got the power to know
you're indestructible.
Always believe in 'cause you are
gold (gold.)
Glad that you're bound to return
there's something I could have learned.
You're indestructible, always believe in.

After the rush has gone I hope you find a little more time.
Remember we were partneres in crime.
It's only two years ago the man with the suit and the pace.
You knew that he was there on the case.
Now he's in love with you he's in love with you.
My love is like a high prison wall
and you could leave me standing so tall, all

Gold (gold)
Always believe in your soul.
You've got the power to know
you're indestructible.
Always believe in 'cause you are
gold (gold.)
Glad that you're bound to return
there's something I could have learned.
You're indestructible, always believe in.

My love is like a high prison wall
and you could leave me standing so tall, all
Gold (gold)
Always believe in your soul.
You've got the power to know
you're indestructible.
Always believe in 'cause you are
gold (gold.)
Glad that you're bound to return
there's something I could have learned.
You're indestructible, always believe in.

Tiempos Interesantes - Terry Pratchett

Aquí es donde los dioses juegan partidas con las vidas de los hombres, en un tablero que es al mismo tiempo una simple zona de juego y el mundo entero.
Y Sino siempre gana.
Sino siempre gana. La mayoría de los dioses lanzan los dados pero Sino juega al ajedrez, y uno no descubre hasta que es demasiado tarde que durante todo el tiempo ha usado dos reinas.
Sino gana. Por lo menos eso es lo que se dice. Suceda lo que suceda, después dicen que debe de haber sido el Sino.*
Los dioses pueden adoptar cualquier forma, pero el único elemento de sí mismos que no pueden cambiar son sus ojos, y estos revelan su naturaleza. Los ojos de Sino apenas pueden llamarse ojos: no son más que agujeros oscuros a un infinito salpicado de algo que tal vez sean estrellas, o, en un segundo vistazo, podrían ser otras cosas.
Ahora parpadeó con aquellos ojos, sonrió a sus compañeros de partida con esa petulancia con que los ganadores sonríen justo antes de convertirse en ganadores y dijo:
- Yo acuso al Sumo Sacerdote de la Túnica Verde, en la biblioteca y con el hacha de dos manos.
Y ganó.
Dedicó una amplia sonrisa a los demás.
- Giempge ganan loj mijmoj -refunfuñó Offler el Dios Cocodrilo a través de sus colmillos.
- Parece que hoy me estoy siendo propicio -dijo Sino-. ¿A alguien le apetece jugar a otra cosa?
Los dioses se encogieron de hombros.
- ¿A los Reyes Locos? -preguntó Sino en tono amable-. ¿A Amantes Desventurados?
- Creo que hemos perdido las reglas de ese -dijo Ío el Ciego, jefe de los dioses.
- ¿O a Marineros Arrojados al Mar por Tempestades?
- Siempre ganas en ese -dijo Ío.
- ¿A Inundaciones y Sequías? -propuso Sino-. Ese es fácil.
Una sombra se cernió sobre la mesa de juego. Los dioses levantaron la vista.
- Ah -dijo Sino.
- Que empiece una partida -dijo la Dama.
Siempre era tema de discusión si la recién llegada era o no una diosa de verdad. Estaba claro que nadie había llegado a ninguna parte adorándola, y ella tenía tendencia a aparecer solamente donde menos se la esperaba, como por ejemplo ahora. Y la gente que confiaba en ella raras veces sobrevivía. Cualquier templo levantado en su honor era firme candidato a ser destruído por un rayo. Era mejor hacer malabarismos con hachas sobre la cuerda floja que pronunciaba su nombre. Llámala simplemente la camarera de la taberna de la Última Oportunidad.
Normalmente se la conocía como la Dama, y tenía los ojos verdes; no verdes como los ojos de los humanos, sino puro verde esmeralda de punta a cabo. Se decía que era su color favorito.
- Ah -volvió a decir Sino-. ¿Y a qué juego será?
Ella se sentó delante de él. Los dioses que presenciaban la escena se miraron de reojo. Aquello se ponía interesante. Estos dos eran antiguos enemigos.
- ¿Qué opinas de...? -ella hizo una pausa-, ¿... Poderosos Imperios?
- Oh, eje ej un ajco -dijo Offler, rompiendo el repentino silencio-. Al final je muegue todo el mundo.
- Sí -dijo Sino-. Creo que sí se mueren. -Señaló con la barbilla a la Dama, y más o menos con la misma voz con que los jugadores profesionales dicen "¿Ases ganan?", preguntó-: ¿Con Caída de Grandes Dinastías? ¿Con Destinos de Naciones Pendiendo de un Hilo?
- Por supuesto -dijo ella.
- Oh, bien. -Sino pasó la mano por encima del tablero. Apareció el Mundodisco-. ¿Y dónde jugamos?
- En el Continente Contrapeso -dijo la Dama-. Donde cinco familias nobles llevan siglos luchando entre ellas.
- ¿De verdad? ¿Y qué familias son? -preguntó Ío. Se metía poco en los asuntos de humanos individuales. Solía ocuparse más bien de los truenos y relámpagos, así que, desde su punto de vista, el único propósito de la humanidad era mojarse o, de forma ocasional, achicharrarse.
- Los Hong, los Sung, los Tang, los McSweeney y los Fang.
- ¿Esos? No sabía que fueran nobles -dijo Ío.
- Son todos muy ricos y han matado, o torturado hasta la muerte a millones de personas por una mera cuestión de conveniencia y orgullo -dijo la Dama.
Los dioses presentes asintieron con solemnidad. Aquel era ciertamente un comportamiento noble. Era exactamente lo que habrían hecho ellos.
- ¿Los McFweeney? -preguntó Offler.
- Una familia con mucha solera -dijo Sino.
- Oh.
- Y se pelean entre ellos por el Imperio -dijo Sino-. Muy bien. ¿Y con cuáles quieres jugar?
La Dama miró el fragmento de historia que tenían desplegado delante.
- Los Hong son los más poderosos. Mientras estábamos aquí hablando han tomado más ciudades -dijo ella-. Veo que están destinados a ganar.
- De modo que, sin duda, escogerás a una familia más débil.
Sino hizo otro gesto con la mano. Las piezas del juego aparecieron y emprezaron a moverse por el tablero como si tuvieran vida propia, lo cual desde luego era cierto.
- Pero jugaremos sin dados -dijo él-. No me fío de ti con los dados. Los tiras a sitios donde no puedo verlos. Jugaremos con acero, tácticas, política y guerras.
La Dama asintió.
Sino miró a su oponente.
- ¿Y tu jugada? -preguntó.
Ella sonrió.
- Ya la he hecho -contestó.
Él bajó la vista.
- Pero no veo tus piezas en el tablero.
- Todavía no están en el tablero -dijo ella.
La Dama abrió la mano.
Tenía algo negro y amarillo en la palma. Sopló encima y aquello desplegó las alas.
Era una mariposa.
Sino siempre gana...
Por lo menos cuando la gente se ciñe a las normas.

viernes, 15 de junio de 2007

Chim Chimeni Chim Chimeni...

...Chim chim chiró


Y mi felicidad y alegría siguen en aumento.

Hace unos días estuve en la actuación de Toto en Zaragoza. Hoy estuve viendo "Garrick", del Tricicle.

Y a la vuelta a casa recordé esa cancioncilla de "Mery Poppins". Y me paré a mirar los arbustos y árboles que hay por las orillas de las aceras, que están en flor o terminando la floración. Y aspiré el aroma de los tilos, que están en flor. Todo alrededor de ellos huele a miel. Resulta maravilloso.

Y en el jardín debajo de casa había un chaval jugando con su perro entre las hojas caídas de los árboles, como si fuera otoño.
Y levanté los ojos hacia las copas de los árboles, y más arriba incluso. Hacia las ventanas y tejados de los bloques de casas de alrededor, y más arriba incluso. Hacia el cielo, nublado como estaba, iluminado por las luces de la calle y los focos del estadio, que se reflejaban en las nubes, y más arriba incluso. Hacia la luna que se dejaba entrever por entre las nubes. Y noté cómo subía yo misma, junto con mi mirada, y vi lo maravilloso y hermoso que era todo y mi dicha creció hasta esa misma altura.

Sed felices. Es más fácil de lo que creéis.

sábado, 9 de junio de 2007

Mery Poppins (La película)

Viento del Este,
y niebla gris,
anuncian que viene
lo que ha de venir.

No me imagino
qué irá a suceder.
Más lo que ahora pase...
... Ya pasó otra vez.