viernes, 20 de junio de 2008

Tiempo para amar - Robert Heinlein

Minerva, Dora es la única mujer a la que he amado sin reservas. No sé si puedo explicar por qué. No la quería así cuando me casé con ella, no había tenido oportunidad todavía de enseñarme lo que puede ser el amor. Oh, la quería, pero era el amor que siente un padre cariñoso por un hijo favorito, o algo parecido al amor con el que puedes colmar a una mascota.
Decidí casarme con ella no por amor en el sentido más profundo de la palabra, sino por algo más sencillo, porque esta adorable niña que tantas horas de felicidad me había proporcionado quería algo con todas sus ganas, un hijo mío, y solo había una forma de darle lo que quería y seguir gratificando mi narcisismo. Así que, casi con frialdad, calculé el coste y decidí que el precio era lo bastante bajo y que podía darle lo que quería. No podía costarme mucho, era una efímera. Cincuenta, sesenta, setenta, como mucho ochenta años y estaría muerta. Podía permitirme pasar una cantidad tan nimia de tiempo intentando hacer feliz a mi hija adoptiva durante su lastimosamente corta vida, eso fue lo que calculé. No era mucho y podía permitírmelo. Así que adelante.
El resto fue cuestión de no andarse con medias tintas, hay que hacer lo que sea necesario para llevar a cabo tu propósito principal. Te he contado algunas de las alternativas; quizá no haya mencionado que consideré la posibilidad de recuperar la capitanía del Andy J. durante el tiempo que viviese Dora, hacer que Zaccur Briggs se ocupase de la parte de tierra de la sociedad, o comprarle su parte si eso no le convenía. Pero si bien ochenta y tantos años en una nave espacial a mí me daban igual, para Dora sería toda una vida y quizá no le gustara mucho. Además, una nave no es el sitio ideal para criar hijos. ¿Qué haces cuando crecen? ¿Los dejas en cualquier parte sin conocer nada salvo la rutina de la nave? No funciona.
Decidí que el marido de una efímera tenía que ser un efímero, en todos los sentidos posibles. El corolario de esa decisión nos hizo terminar en Valle Alegría.
Valle Alegría, la más feliz de todas mis vidas. Cuanto más tiempo tenía el privilegio de vivir con Dora, más la amaba. Me enseñó a amar amándome y yo aprendí... con bastante lentitud. No era demasiado buen estudiante, ya tenía mis costumbres bien arraigadas y carecía de su talento natural. Pero aprendí. Aprendí que la felicidad suprema yace en querer mantener a otra persona a salvo, caliente y feliz, y en tener el privilegio de intentarlo.
Y también la mayor tristeza. Cuanto mejor lo aprendía viviendo día a día con Dora, más feliz era... y más me dolía en el fondo cierto conocimiento, saber que esto solo podía durar un tiempo, que pronto terminaría. Y cuando terminó, tardé en casarme de nuevo casi cien años. Luego me casé, porque Dora también me enseñó a enfrentarme con la muerte. Era tan consciente de su propia muerte, de la segura brevedad de su vida, como yo. Pero me enseñó a vivir el ahora, a no dejar que nada manche el hoy... hasta que por fin superé la tristeza de estar condenado a vivir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este relato es muy bonito. Aunque también es muy triste. Por suerte, aún creo en "la chica especial para mi" como dice Chii en Chobits(Sólo que ella lo dice en masculino). Esperemos que el tiempo y el destino me den la razón y sea quien yo espero :P (a que odias cuando me pongo críptico? xD)

Ghanima Atreides dijo...

Bueno, en realidad no es un relato, sólo un extracto de un libro, pero me gustó mucho ^_^

En cuanto a lo de que te pongas críptico... Bueno, tu mismo :P XD yo, con no contestarte a las cripticidades... ;P XD