Sodomizando un teléfono móvil
La relación que tiene uno con su móvil es muy especial. El móvil es tuyo, es parte de ti, contiene un cacho de tu vida y, por si fuera poco, os odiáis mutuamente.
Él te odia, no hay duda, por llevarlo siempre en bolsillos estrechos, o dejarlo nadando en el sofocante interior del bolso; por golpear sus botones con tus gruesos dedos, que fueron hechos demasiado grandes para sus botones; por golpear sus costados contra toda superficie; por dejarlo mudo a tu dictatorial antojo, momento en el que clama ayuda vibrando con su cuerpecito, porque es lo único que puede hacer.
Tú lo odias a él, no hay duda, porque siempre se queda sin dinero “su crédito está a punto de agotarse your credit is about to expire”; porque lo que dura la batería no puede preverse; porque se apaga sin avisar; porque siempre que lo conectas te exige el PIN, como si no llevaseis años viéndoos lo suficiente como para reconoceros; porque él controla cuándo y cómo te llegan los mensajes.
Pero a pesar de todo, os debéis de soportar mutuamente. Para hacer la relación más llevadera, los sabios diseñadores de móviles inventaron un momento en el que, a pesar de la relación odio-odio que habéis mantenido el móvil y tú todo este tiempo, ambos tenéis el mismo objetivo. Es el momento de cargar la batería del móvil.
El móvil, que es un vicioso incorregible, siempre está dispuesto a que cargues su batería. De hecho, excepto unos diez minutos después de la última vez que lo cargas, el resto del tiempo exige que vuelvas a cargarlo, cada vez con más insistencia, amenazando con apagarse y no volverse a encender, mostrando indignado la pequeña pila de su pantalla que simboliza la carga que le queda. Y al final tú cedes a sus pretensiones, porque a pesar de todo eres su dueño, y tienes responsabilidades.
Tomas el móvil con tu mano, y miras, pervertido, miras siempre y si no, lo tocas hasta que das con él, el lugar por donde deberás conectarlo a la corriente. Para cada modelo es distinto, pero lo más habitual es que esté en la zona inferior del móvil, un agujero en la parte de abajo porque hasta los diseñadores tienen sentido del humor, aunque visto queda que es un sentido del humor ordinario y sin estilo. Y tomas con tu mano el objeto fetiche del móvil: el cable con el que lo vas a cargar. Entonces descubres otro chiste más de los ordinarios de los diseñadores, porque el cable tiene forma de palito, pinchito o, cuando el diseñador es un verdadero degenerado, palanquita aplastada. Lo introduces por el lugar adecuado, escuchando el primer chasquido de placer, un gemidito que emite tu móvil que varía desde “clic” a “tchlak” en una amplia gama de idiomas y grititos.
Evaluemos la situación. Tu móvil, en tus manos, tiene metido por su parte trasera un objeto que mide una décima parte de su tamaño. Ahora tengamos en cuenta lo que piensas hacer: conectar ese objeto que tiene tu móvil introducido por atrás a una corriente alterna. Pero a pesar de los reparos, lo haces. Y entonces el móvil comienza a excitarse, tanto que su pantallita brilla, aunque no hayas pulsado ningún botón, y los iconos de su pantalla bailan y cambian, especialmente el de la batería, que suele mostrar una flechita, como diciendo “dame más, dame más, aún no estoy cargado”. Pero no es a ti, amigo. El móvil está jugando con su juguete sexual favorito, el cargador y el móvil, el móvil y el cargador. Y ya sabes lo que dicen: “tres son multitud”. Así que no te quedes mirando cual vouyeur, y deja a tu móvil disfrutar, porque él también se lo merece.
Fin