La Reina de la Hechicería - David Eddings
Cuando se fueron, Garion se sintió aliviado. El esfuerzo por mantener la expresión de rencor contra tía Pol ya empezaba a cansarlo. Se encontraba en una posición difícil; el horror y la repulsión que había sentido hacia sí mismo tras incendiar el cuerpo de Chamdar en el bosque de las Dríadas le resultaban insoportables. Temía que llegara la noche, pues sus sueños eran siempre los mismos: una y otra vez veía a chamdar, con la cara chamuscada, repitiendo "Maestro, ten piedad", y, una y otra vez, veía aquella horrible llama azul que había brotado de su mano como respuesta a las súplicas. El odio que había arrastrado desde Val Alorn había ardido en esa llama, y su venganza había sido tan brutal que no había forma de eludirla o negar su responsabilidad en ella. El ataque de ira de aquella mañana iba dirigido más contra sí mismo que contra tía Pol; la había llamado monstruo, pero a quien odiaba de verdad era al monstruo que habitaba en su interior. No podía borrar de su mente el espantoso catálogo de sufrimientos que ella había soportado por él durante innumerables años ni la pasión con que había hablado, fiel reflejo del dolor que le habían ausado sus palabras. Estaba avergonzado; tanto, que ni siquiera se atrevía a mirar a sus amigos a la cara. Se sentó lejos de los demás con la vista fija en el vacío mientras las palabras de tía Pol resonaban una y otra vez en su memoria.
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