viernes, 12 de mayo de 2006

El Sueño de una Noche de Verano - William Shakespeare

Se encuentran DUENDE y un HADA

DUENDE.- ¡Qué tal, espíritu! ¿Adónde te diriges?
HADA.- Por la colina, por el valle,
Cruzando arbustos, cruzando zarzas,
Por los parques, por los claros,
Cruzando arroyos, cruzando fuego,
Voy errante por todas partes,
Más rápida que las esferas de la Luna,
A rociar sus órbitas sobre el verde.
Las altas prímulas son sus huéspedes,
Con sus abrigos dorados la puedes ver:
Ésos son rubíes, favores de las ahdas,
En esas pecas viven sus sabores.
Debo ir a buscar algunas gotas de rocío
Y colgar una perla de la oreja de cada prímula.
Que os vaya bien, cabildo de espíritus: mevoy,
Nuestra reina y todos sus elfos vienen aquí.

DUENDE.- El rey celebra sus festividades aquí esta noche. Ten cuidado de que la reina no lo descubra.
Porque Oberón está bien colérico y airado, porque ella y sus sirvientes han robado un adorable muchacho a un rey indio: nunca tuvo ella un niño tan dulce. Y el celoso Oberón quiere tener al niño como caballero de su séquito, para rastrear los salvajes bosques. Pero ella, por fuerza, retiene al amado niño, le corona con flores y le hace toda su alegría. Y nunca se encuentran en un bosquecillo o en una pradera, junto a una fuente clara, o bajo la luz de relucientes estrellas, sino que lo hacen abiertamente, de tal forma que todos los elfos, por miedo, se deslizan por cáscaras de bellota y allí se esconden.
HADA.- O bien yo confundo tu forma totalmente o bien eras ese maligno y rebelde elfo llamado Robin de Jovial. ¿No eres tú el que asusta a las doncellas de la villa, roba la grasa de la leche y alguans veces trabaja en el molino, e inútilmente hace al ama de casa sin aliento batir, y alguna vez hace que la bebida no fermente, y confunde a los caminantes nocturnos, riéndose de su daño? Esos que te llaman dulce Duende, tú haces su trabajo y ellos a cambio tienen buena suerte. ¿No eres ése?
DUENDE.- Habláis bien; yo soy el alegre vagabundo de las noches. Gasto bromas a Oberón y le hago sonreír cuando engaño a un caballo gordo lleno de habas, relinchando igual que una potra, y algunas veces me escondo en el cuenco de un cotilla, igual que un cangrejo asado y, cuando bebe, contra sus labios soplo y en su marchita papada le derramo la cerveza. La más sabia tía, contando el cuento mást riste, algunas veces me ha confundido con un taburete de tres patas: luego me deslizo yo de su trasero, abajo se viene ella; un <>, grita ella, y comienza a toser; después el coro entero cogiéndose por las caderas ríe y se desternillan de alegría, y estornudan y juran que una hora más feliz nunca se pasó allí. Pero espera, hada, aquí viene Oberón.
HADA.- Y aquí mi señora. Desearía que él se fuera.

El claro se plaga de repente de hadas: OBERÓN y TITANIA se encuentran de cara.

OBERÓN.- Nos encontramos a la luz de la Luna, orgullosa Titania.
TITANIA.- ¡Qué, celoso Oberón! Las hadas se van de aquí; he renunciado a su cama y su compañía.
OBERÓN.- Espera. ¿No soy yo tu señor?
TITANIA.- Entonces yo debo ser tu señora; pero sé cuándo te has escapado de la tierra de las hadas, y en forma de Coridón estuviste sentado todo el día, tocando cañas de maíz y versando tu amor a la amorosa Fillida.
¿Por qué has venido aquí desde las más lejanas estepas de la India? En verdad, porque la intrépida amazona, vuestra señora con botas y vuestro guerrero amoroso, con Teseo debe casarse, y tú vienes a dar a su lecho felicidad y prosperidad.
OBERÓN.- ¿Cómo podéis, sin avergonzaros, Titania, hablar así de mi favor con Hipólita, sabiendo que yo sé lo de vuestro amor por Teseo? ¿No le condujiste tú en la brillane noche en su huída de Perigouna, a quien había raptado? ¿Y le hiciste romper su lealtad con la bella Aegles, con Ariadna y Antiope?
TITANIA.- Estas son las falsedades de los celos: nunca, desde el comienzo del solsticio de verano, nos hemos encontrado en la colina, en el valle, en el bosque o en el prado, junto a pavimentadas fuentes, o junto a rápidos regueros, o en las bordeantes playas del mar, para hacer bailar nuestros rizos al son del sibilante viento, sin que con tus bramidos molestaran nuestra diversión. Así pues, los vientos, soplándonos en vano, como en venganza, han absorbido de los mares nieblas contagiosas que, al caer sobre la tierra, han hecho sentir tan orgullosos a los inflados ríos que han rebosado sus continentes. El buey, pues, ha tirado de su yugo en vano, el labrador perdido su sudor y el verde maíz se ha podrido antes de que a su juventud le saliera barba; el redil permanece vacío en el ahogado campo y los cuervos están gordos de tanto rebaño muerto; la plazoleta donde jugaban los nueve hombres está cubierta de lodo y los extraños laberintos en las exuberantes praderas verdes por falta de pisadas son indistinguibles. Los mortales humanos echan de menos su comida del invierno; ninguna noche está ahora bendecida por villancicos o himnos; así pues la Luna, la gobernanta de los ríos, pálida por su ira, lava todo el aire, de forma que abundan las enfermedades reumáticas. Y a través de esta temperatura vemos las estaciones cambiar: escarchas de cabezas blancas caen en el fresco regazo de la rosa carmesí, y en la corona helada y fna del viejo Hiem un oloroso rosario de dulces yemas veraniegas están, como en broma, colocadas. La primavera, el verano, el refrescante otoño, el enfadado invierno, cambian sus habituales libreas, y el loco mundo, por su aumento, ahora no sabe quién es quién. Y esta misma progenie de males viene de nuestra disputa, de nuestra disensión: somos sus padres y su origen.
OBERÓN.- Arréglalo entonces. Está en tus manos ¿Por qué debería Titania contradecir a su Oberón? No hago sino rogar un pequeño muchachito, para que sea mi paje.
TITANIA.- Da descanso a tu corazón, la tierra de las hadas no es suficiente para comprarme a ese muchacho; su madre había hecho votos en mi oden, y en el aire indio lleno de especias, por la noche, muy a menudo cotilleó junto a mí y se sentó conmigo en las arenas amarillas de Neptuno, contemplando a los mercaderes embarcados sobre las aguas; cuánto nos reímos al contemplar las velas concebir e hinchar sus barrigas con el caprichoso viento; que ella, con su bello y flotante porte -su vientre entonces rico con mi joven escudero-, imitaba y navegaba por la tierra, para alcanzarme banalidades y volver de nuevo, como de un viaje con ricas mercancías. Pero ella era mortal y ese muchacho murió, y por ella educo yo al muchacho, y por ella no me separaré de él.
OBERÓN.- ¿Cuánto tiempo piensas estar en este bosque?
TITANIA.- Quizá hasta el día después de la boda de Teseo. Si tú pacientemente quieres bailar a nuestro alrededor y ver las fiestas a la luz de Luna , ven con nosotros; si no, apártate de mí y yo te evitaré a ti.
OBERÓN.- Dame a ese muchacho e iré contigo.
TITANIA.- No por tu reino de las hadas... ¡Hadas..., fuera! Nos pelearemos de mala forma, si me quedo más tiempo. (Titania parte enfadada con su séquito.)
OBERÓN.- Bien: sigue tu camino. No saldrás de este bosquecillo hasta que te atormente por este mal. Mi dulce duende, acércate. Te acordarás de una vez que me senté en un promontorio y oí a una sirena, a lomos de un delfín, emitiendo un hábito tan dulce y armonioso que el hosco mar se calmó al oír su canto. Y algunas estrellas saltaron locamente de sus esferas para oír la música de la doncella del mar.
DUENDE.- Lo recuerdo.
OBERÓN.- Aquella vez yo vi, pero tú no pudiste volar entre la fría Luna y la Tierra, a Cupido todo armado: apuntó a una bella vestal, entronizada pro el Oeste, y disparó su flecha de amor dulcemente con su arco, de forma que podría taladrar cien mil corazones; pero yo pude ver a la fiera flecha del joven Cupido apagada en los brillos de la acuosa Luna y la vestal imperial siguió, en meditación de doncella, libre de encanto. Sin embargo, me di cuenta yo de dónde se cayó la flecha de Cupido. Cayó sobre una pequeña flor de Occidente; antes, blanca leche; ahora púrpura por las heridas del amor, y las doncellas la llaman pensamiento. Alcánzame esa flor, su planta os la enseñé una vez. Su jugo, al caer sobre las pestañas de unos ojos dormidos, hará a hombre o a mujer locamente enamorarse de la siguiente criatura a la que vean. Cogedme esa hierba y estad de vuelta antes que el leviatán pueda nadar ni una legua.
DUENDE.- Os pondré una guirnalda alrededor de toda la tierra en cuarenta minutos. (Se va.)
OBERÓN.- Una vez en posesión de este néctar, buscaré a Titania cuando esté dormida y dejaré caer el jugo sobre sus ojos: la siguiente cosa que verá cuando despierte, ya sea un león, un oso, un lobo o un toro, o un mono presumido, o un ocupado simio, la perseguirá con el alma de amor. Y antes de que quite este encantamiento de sus vistas, ya que lo puedo quitar con otra hierba, le haré que me entregue a mí su paje. ¿Pero quién viene ahí? Soy invisible y escucharé su conversación.

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