martes, 12 de julio de 2005
Lady Ramkin le sonrió.
Y entonces, de repente, Vimes se dió cuenta de que, en su categoría especial, era hermosa; se trataba de la misma categoría especial a la que pertenecían todas las mujeres que se habían tomado la molestia de sonreirle. Ella no podía hacerlo peor, pero claro, él no podía hacerlo mejor. Quizá hubiera una especie de equilibrio. Ya no era joven, pero ¿acaso era joven él? Y tenía clase, dinero, sentido común y seguridad en sí misma, todas las coas de las que él carecía. Y ella le había abierto su corazón; si se lo permitía, lo podría envolver con él. Aquella mujer era una ciudad.
Al final, bajo asedio, uno acababa por hacer lo que siempre había hecho Ankh-Morpork: abrir las puertas, dejar entrar a los invasores e integrarse con ellos.
¿Por dónde empezar? La dama parecía esperar algo.
Vimes se encogió de hombros, cogió la copa de vino y buscó una frase adecuada.
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