Los Seres Fulgentes - David Eddings
- ¿Qué puedo hacer? -se lamentó Sefrenia, retorciéndose las manos.
- Para empezar, podrías dejar de hacer eso -le respondió Kalten con dulzura, separándole las manos-. Hace apenas un momento descubrí lo afiladas que son tus uñas, y no quiero que te desagarres la piel.
Ella dirigió una mirada cargada de culpabilidad a los arañazos recientes que el caballero tenía en la cara.
- Te he hecho daño, ¿verdad, querido?
- No es nada. Estoy habituado a sangrar.
- ¡He tratado tan mal a Vanion! -dijo ella con voz quejumbrosa-. Él nunca me perdonará, y yo lo amo.
- Díselo. Eso es realmente lo único que tienes que hacer, ¿sabes? Símplemente dile lo que sientes por él, dile que lo lamentas, y todo volverá a ser como antes.
- Jamás volverá a ser como antes.
- Por supuesto que sí. En cuanto volváis a estar los dos juntos, Vanion olvidará que esto haya llegado a suceder. -Le tomó las diminutas manos en las suyas enormes, se las volvió y le besó las palmas-. De eso precisamente se trata el amor, pequeña madre. Todos cometemos errores. La gente que nos ama perdona los errores. Los que no quieren olvidarlos no tienen realmente importancia, ¿no te parece?
- Bueno, no, pero...
- No existe ningún pero, Sefrenia. Es tan sencillo que incluso yo puedo entenderlo. Alean y yo confiamos en nuestros sentimiento, y parece funcionar maravillosamente bien. No hace falta complicar a la lógica cuando se trata de algo tan simple como el amor.
- ¡Eres un hombre tan bueno, Kalten!
Aquella frase lo hizo sentir un poco violento.
- Difícilmente puedo serlo -replicó él con tristeza-. Bebo demasiado, y como en exceso. No soy muy refinado, y habitualmente no puedo seguir un pensamiento sencillo desde el principio hasta el final. Dios sabe que tengo defectos, pero Alean los conoce y los perdona. Ella sabe que no soy más que un soldado, así que no espera demasiado de mí. ¿Estás ya preparada para esa taza de té?
- Me vendría muy bien -le dijo ella, sonriendo.
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