sábado, 12 de julio de 2008

Guía del Dragonstopista Galactico al Campo de Batalla Estelar de Covenant en el Límite de Dune: Odisea Dos - David Langford

Duelo de Palabras
Fr*nk H*rb*rt


La versatilidad es la habilidad para nadar en terreno desconocido.
(de Los beneficios del desastre, por la Princesa Irresolut)



La puerta energética se cerró a sus espaldas con un siseo mientras ella daba unos pasos hacia delante, consciente de estar entrando en un territorio desconocido.
Un umbral de consciencia. El decorado es el mismo, el mármol típico, las joyas y el recubrimiento de platino..., pero después del pasillo, anodino y vacío, esta habitación posee una personalidad. Una personalidad hostil.
Tomó asiento haciendo torbellinear su túnica, ignorando a propósito el detector de armas suspendido discretamente a unos cinco centímetros por encima de su cabeza. ¿Acaso cree que me hacen falta armas? Sólo puede ser una estratagema para hacer que me confíe demasiado. Mientras esté sentada aquí tendré que andar con mucha cautela.
El Conde Gorman y Dama Henrietta se contemplaron el uno al otro.
Podría acabar con él ahora mismo, pensó ella. La forma en que inclina la cabeza hacia un lado..., el cuchillo debe estar encima de su omoplato izquierdo. Tengo que esparar hasta que finja rascarse el cuello.
-Hola -dijo en voz alta.
Atrapados por las convenciones: ¡tenemos que saludar cortésmente a nuestros enemigos incluso en el mismo instante de su destrucción!
Los ocho niveles de significado interconectados que se acumulaban en aquella sencilla palabra no le pasaron desapercibidos al Conde. Es tan peligrosa como un canario de agudos y brillantes colmillos, pensó. Debo dar la impresión de qu estoy tranquilo, tengo que apartar sutilmente su atención de la uña donde está oculto el lanzador de dardos venenosos. Examinó los dedos de su mano izquierda, manteniéndose en silencio mientras examinaba las opciones posibles.
¡Gran Herbert! ¡Quiere que me fije en esa mano! Entonces, el peligro debe estar en algún otro sitio; o quizá no. Henrietta hizo un esfuerzo para que sus fosas nasales no revelaran la tensión que sentía. Control, pensó. Después de haber recitado esa breve letanía, su cerebro recuperó la claridad y pudo examinar más atentamente a Gorman, con su consciencia entrenada por el Sindicato de Reverendas Madres hurgando en la fachada del Conde... Control corporal, control nervioso, control mental, control remoto.Entonces, esa inclinación de cabeza es otro truco. La hoja está a la derecha.
El Conde Gorman percibió la minúscula relajación muscular en los lóbulos de las orejas de ella. Creo que ha funcionado, se permitió pensar, con algo parecido a la casi certeza. He conseguido desviar su atención de mi arma principal. La masa de cálculos y conjeturas palpitaba dentro de él, pero aun así sus propias y traicioneras emociones seguían manchando sus pensamientos.
Es hermosa. ¿Tengo que destruirla, no hay otro remedio? Apenas había logrado pestañear para librarse de los comienzos del miedo cuando el reflejo azotó su mente, haciendo que su consciencia pasara a una fase más elevada. ¡Hermosa pero mortífera! Podría haberme matado diez veces en ese microsegundo. Una belleza tal es un arma terrible.
Los párpados de la Dama se movieron de forma infinitesimal, ocultando un milímetro de sus ojos almendrados pese a la ambígua no-expresión que se esforzaba por mantener en su rostro.
Ha pestañeado. No está seguro. Aunque, ¿no puede tratarse de otra finta, una cuarta capa de su estratagema? Engranajes dentro de engranajes: no debo subestimar la sutileza mental de este hombre, especialmente cuando da la impresión de no tener nada que ocultar.
¡... un momento!
El terror centelleó en su mente. ¿Es posible que..., es posible que sea... el Deusek Zmakinaa?
Probablemente no.

Henrietta sintió cómo las invisibles líneas de tensión se iban acumulando en el cuarto. Desde que se cerró la puerta habían transcurrido ocho segundos. Había llegado el momento de introducir un nuevo complejo de factores en la situación, antes de que Gorman pudiera completar su frío análisis del estado actual del juego. Mantenle desequilibrado, se dijo a sí misma con premura, y dibujó sobre sus labios la impalpable sombra de una sonrisa. Bien: está esperando que hable. ¡Que mi silencio le haga saber que no me dejaré llevar por la matriz que ha preparado!
El cronomural zumbaba implacablemente.
Las consecuencias del acto más insignificante cometido en aquella solitaria habitación podían ser incalculables. Gorman masticó pensativamente su chicle de especia estimuladora de la mente y percibió una infinidad de líneas temporales que irradiaban de aquel presente. La lógica exigía que las observara todas; pero la breve pausa requerida para hacerlo bastaría por sí sola para distorsionar la creciente multiplicidad de futuros, y quizás incluso pudiera llevarles más allá del punto de ruptura.
Ser impredecible es la clave de la victoria... La idea pasó velozmente por su cerebro, y a punto estuvo de hacer que su yugular saltara en una delatora contracción.
Está esperando que siga callado. Si ataco su estabilidad desde esa dirección consigo la ventaja.
-Ha sido usted muy amable al venir corriendo -dijo, con voz tranquila y suave.
¡... Dejemos que piense lo que quiera de eso! Con qué cuidado he evitado poner el énfasis en ninguna palabra: imaginará un millar de falsedades. ¿Dónde creerá que está puesto el énfasis, en "amable", lo cual implica un triunfo oculto por mi parte? ¿O en "usted", con esa inquietante connotación de que yo podía haber estado esperando a otra persona? Quizá el callado sarcasmo de un supuesto énfasis en "venir", donde un millar de cosas distintas que ella podría haber hecho nadan bajo la reluciente superficie de mi retórica...
Mientras acumulaba fuerzas cada vez más sutiles de las profundidades de su consciencia, Henrietta creyó haber percibido cierta indecisión bajo la acerada vacuidad que había en las palabras del Conde. De nuevo la distracción, pensó. Está intentando ganar tiempo. Pero de repente comprendió que aquella pequeña frase era toda una bomba de relojería psicológica. La conexión semántica establecida entre la misma Henrietta y el adjetivo "amable"..., un brillante ataque subliminal calculado para embotar el filo de su mente erosionando su consciencia del yo-como-arma; y todo ello enmascarado por una neblina de connotaciones obscenas que rodeaban el gerundio del verbo "correr" con la sugerencia de su faceta reflexiva. Ni tan siquiera el haber comprendido la profundidad de aquella trampa bastaba para eliminarla.
Es un enemigo digno de mi acero, admitió Henrietta de mala gana. Y, un instante después, su mente recibió el impacto tangencial de aquel pensamiento. ¡Acero! ¡Casi me había olvidado de la metalivara que lleva en la funda de su espalda! Oh, qué astuto es...
Decidida a acelerar el ritmo de aquella confrontación, replicó después de haberse permitido tan solo la más breve de las pausas, controlando cuidadosamente su voz para imprimirle un ronroneo sensual y sibilante en el que había un aparente énfasis sobre lo ominoso y toda una serie de matices ocultos cargados de amenaza, oximorones y catacresis.
-Oh, no hay de qué.
Gorman luchó por dominar el pánico al verse enfrentado a tan implacable seguridad. ¡Está hecha de acero! Sintió cómo un cálido sudor corría por sus sobacos, pero sus ojos permanecieron clavados en los de ella con el mismo y gélido control de antes, pese a que por primera vez se permitió pensar en la lejana posibilidad de la derrota.
Sus pensamientos se volvieron hacia el botón de alarma que había bajo su pie izquierdo. ¿Sería un acto de cobardía apretarlo? Y después había una pregunta todavía más punzante, una pregunta que le atravesó lentamente las entrañas, dejándolas frías y entumecidas: ¿podría mantenerla distraída durante los cuatro segundos precisos para que llegara el batallón de guardias? Probablemente no.
Dama Henrietta seguía inmóvil, como una k'obra antes de atacar.
Estamos jugando una partida de ajedrez. Cada combinación oculta media docena de combinaciones distintas que se unen entre ellas formando extrañas pautas. Tengo que jugar cuidadosamente mis cartas. Sus agudas percepciones no pudieron por menos que notar la delatora falta de alguna emoción visible en los rígidos músculos del Conde. Finge estar alarmado para que yo me confíe.
Daba la impresión de que sus ojos llevaban media eternidad inmóviles, observándose mútuamente. Gorman movió hacia un lado el pie que había tenido suspendido sobre la alarma, apartándolo dos centímetros del botón con un doloroso esfuerzo de voluntad. No puedo hacerlo. No puedo permitir que luego vayan diciendo por ahí que un Conde del linaje de los Cantharides se dejó aterrorizar por una simple mujer. El amplio abanico de futuros onduló y se balanceó ante sus ojos, burlándose de sus esfuerzos por controlarse. El ordenador orgánico enterrado en su cerebro le informó de que sus oportunidades personales estaban aumentando o disminuyendo a cada segundo que pasaba. No me dejaré aturullar, pensó. Aturullarse es la muerte de la mente.
Henrietta, entrenada durante años para percibir trivialidades totalmente desprovistas de importancia, se dio cuenta de que el Conde se había movido.
Ve que es necesario cambiar de postura, ¿no? ¿O será que tiene allí una alarma y pretende accionarla? ¡Por el Wullahy, qué fuerte es! ¡A estas alturas cualquier hombre corriente ya estaría arrastrándose por el suelo! Pero ahora creía conocer cuál era su punto débil. No puede soportar el silencio. Hablará para romper este punto muerto y luego se maldecirá a sí mismo por haber cedido ante la presión, dándome la oportunidad de intentar una contraestratagema. Contuvo el aliento, y el silencio que dominaba la habitación se hizo todavía más profundo, brotando del tranquilo centro de Henrietta en lentas y frías olas que golpearon al Conde en pleno estómago.
Mientras esperaba alguna acción por parte de ella, Gorman se dió cuenta de que se encontraba peligrosamente tenso, con su cuerpo preparado para repeler un ataque que no llegaba. ¡Es una bruja! Me está leyendo la mente. Y de repente se dio cuenta de que Dama Henrietta no estaba respirando y había hecho que su corazón dejara de latir. ¿Un trance? No, sus pestañas están demasiado atentas, demasiado concentradas... ¡Está intentando hipnotizarme! La idea resultaba tan incongruente que Gorman casi permitió que una remota comisura de sus labios hiciera alusión al falso amanecer de una sonrisa. Pero, en vez de ello, se dijo: Adelante, rompamos la tensión. Si consigo sorprenderla, quizá se produzca un momento de distracción que podré utilizar.
Y, sin el menor aviso previo, sin cambiar su postura ni una fracción de milímetro y sin mover los labios, habló.
-Quería hacerle unas cuantas preguntas -dijo secamente.
El latigazo de su aguda voz casi consiguió que Henrietta reaccionara. No dejes que te aturda con un interminable torrente de palabras, se riñó a sí misma. Utilizó la letanía cuerpo/nervio/mente/vejiga para alcanzar una nueva meseta de calma interior y examinó de nuevo a Gorman.
Un hombre muy poderoso. Debo actuar con cautela. Y siguió sentada, inmóvil como una estatua, reuniendo todos sus recursos para asestar el golpe.
Quizá, después de todo, sí sea un trance, tuvo tiempo de pensar el Conde. ¿O será que está un poco sorda? Obedeciendo a un reflejo automático se había inclinado unos pocos milímetros hacia delante para volver a hablar, y de repente su propio alarido mental le dejó paralizado. ¡Eso es justo lo que ella quiere que hagas!
¡Ahora!
Y reuniendo todo el mortífero control de la voz que estaba a sus órdenes, Henrietta arrojó sus palabras hacia aquella indefensa cabeza que tenía delante, azotándola y fulminándola con su desprecio.
-Unas preguntas... sobre el descubierto de mi cuenta, ¿verdad?
Fue demasiado. El cuello del Conde quedó fláccido, comprendía que había sido derrotado, pero en aquella comprensión había algo que casi era orgullo por haber podido combatir con semejante criatura. ¡Es magnífica!
-¡El siguiente! -dijo el Conde con un hilo de voz, después de que Dama Henrietta hubiera salido de la habitación y la puerta se cerraba a sus espaldas.



Quien lleva aunque sólo sea durante un tiempo la máscara de otro ha rechazado su propio yo. Ése es el camino que lleva al olvido.
(de Práctica literaria en el Último Imperio, por la Princesa Irresolut)


Extraído de Guía del dragonstopista galáctico al campo de batalla estelar de Covenant en el límite de Dune: Odisea Dos de David Langford. Ultramar Ediciones. ISBN: 84-7386-557-X

3 comentarios:

E. Martin dijo...

Sin duda el mejor relato del libro, aunque como todos al ser una parodia haga falta que conozcas el original para llorar de risa.

Anónimo dijo...

ODIO cuando Herbert se pone así XDDDD De las pocas cosas que no me gustan sobre Dune.

Ghanima Atreides dijo...

También hace falta sentido del humor, creo yo, para que te guste una parodia, no sólo conocer el original.

A mí me gusta bastante cuando Herbert se pone en plan politiquéos xDDD