Story Cubes es un juego de crear historias. El juego base consiste en 9 dados de 6 caras con dibujos distintos en cada cara de cada dado.
Alguien tira los dados, y según los dibujos que salen, y lo que le inspiren, va hilando una historia, generalmente corta, aunque puede ser todo lo larga que quiera, hasta que todos los dibujos que le han salido, han sido usados en la historia.
Anoche, junto con unos amigos, estabamos en casa de uno de ellos, y acabamos jugando al Story Cubes, junto con dos de sus expansiones: Voyages y Actions.
Repartimos los dados entre todos y creamos una historia entre Juanje, Alex, Taria, Duenda, Felipe, Wargo y yo.
Esto es lo que salió.
Érase una vez un científico chiflado que trabajaba en los restos de su laboratorio, que eran escasos debido a su trabajo.
De repente se dió cuenta de que había una especie de zumbido a su alrededor. Anduvo mirando a ver de dónde salía ese zumbido, hasta que se dió cuenta de que las plantas con las que estaba experimentando habían crecido en tamaño y cantidad de una forma asombrosa.
Las ratas, las cucarachas y, en general, todos los animales que había en su laboratorio también habían crecido de una forma extraordinaria. Tal vez por algún producto escapado de su laboratorio tenían los ojos rojos y parecían mirarle con gran apetito.
Aunque su sentido común le indicaba huír, decidió coger un par de animales aleatorios para regalárselos a su hijo, ya que iba a ser su cumpleaños pronto.
Muy feliz con su nueva idea cantó: Uhhh, que gran padre soy!! a la vez que se marcaba un baile estilo Carlton Banks.
Mientras bailaba, tropezó con una estantería y le cayó un gran libro en el pié, dejándole cojo de dolor.
Metió el libro en una mochila y se fue a mirar si había salido un nuevo libro de Stephen King, de quien era un gran fan, así que se dirigió a su librería favorita.
Cuando el científico se fué, las ratas se pusieron a llorar muy tristes (pobres ratas del tamaño de un husky siberiano). De todas formas, aprovechando que estaban solas, decidieron salir a ver mundo, y seguir el rastro del científico.
Pero como el laboratorio era extremadamente grande, antes de conseguir salir, el científico se las encontró a la vuelta de la librería.
- ¡Pobrecitas! ¿Tenéis hambre? Ahora comemos -dijo- que visto cómo han crecido todas estas plantas con una de estas manzanas (caray, que rápido han empezado a dar fruto todos estos vegetales) coméis tres de vosotras.
¡Oh! ¡Que curioso! ¡Una manzana morada! ¿A ver a qué sabe?
Se comió la manzana y se empezó a sentir ligeramente mareado. Se desvaneció y cuando despertó no se sentía igual. Estaba desorientado, no sabía nada más de antes de comer la manzana. Viendo el panorama en el que se encontraba, salió despavorido del laboratorio, que no reconocía, chillando como una nena, dejando a su vez las puertas abiertas de par en par a la flora y fauna allí creados.
Todo esto coincidió con que una troupe de circo pasaba por allí. Miraron atentamente y con curiosidad a todos esos extraños animales gigantescos y decidieron capturar alguno para el circo, así que dejaron como cebo a la mujer barbuda para atraer a los bichos con su olor corporal.
Mientras se acercaban, se fue dando cuenta la mujer de que eran más grandes y peligrosos de lo que parecían, y al darse cuenta de lo ruines que eran sus jefes, decidió quedarse cerca de la caravana donde estos estaban, por la posibilidad de que los animales acabaran con ellos.
El equilibrista, que era amigo de la mujer barbuda, y estaba secretamente enamorado de ella, ya que le gustaban los animales, decidió salvarla descolgándose de un árbol, pero se encontró ante un dilema cuando al descolgarse, vió como una de las ratas grandes como huskies siberianos le ponía ojitos...
Siguió en cambio la llamada de su corazón y huyó junto a la mujer barbuda, topándose con el científico loco, junto con el que huyeron, gritando todos a coro.
El científico loco, la mujer barbuda y el equilibrista zoófilo tomaron un barco y se sintieron por fin a salvo de las ratas gigantes. Pero éstas les siguieron, creando para ello un transporte subacuático formado por miembros humanos, cachos de metal, saliva... en fin, todo lo habitual en estos casos.
Las pobres ratas dentro del submarino van por el mar hasta que empiezan a caer cosas del techo ¡Se estaba desmontando!
Tuvieron que detener su persecución para solucionar su problema. En su útil intelecto decidieron gritarse y colocar piezas al azar, y lograron continuar avanzando hasta que consiguieron encallar en una isla con unas grandes columnas enmohecidas en la superficie, columnas que parecían pertenecer a un lugar antiguo y legendario.
Al llegar y encallar hicieron mucho ruido. Poco después oyeron que alguien llamaba a la puerta... Alguien o algo. Abrieron y se encontraron con Aquaman, completamente enfadado, que les gritó de todo hasta que las ratas decidieron comérselo. Una de ellas mutó y mutó hasta que se transformó en Aquarata.
Por otra parte, el barco se vió envuelto en un inmenso banco de densísima niebla, dejó de funcionar correctamente y paró en una cala que se encontraron por casualidad. El capitán del barco dió permiso para bajar a tierra mientras intentaban reparar el barco, así que el científico loco, la mujer barbuda y el equilibrista decidieron irse a dar una vuelta, y encontraron un enorme árbol donde decidieron pasar un tiempo descansando y, el equilibrista, mirando por el escote de la mujer barbuda.
Se formó una tormenta tropical rápidamente y cayó un rayo en el punto más alto de la isla, que era el gran árbol. El rayo espabiló al trío, en especial al científico loco, que recuperó la memoria, recordando lo que había pasado y el embrollo en el que estaban.
Decidió recuperar las ratas (no quería perder el regalo de cumpleaños que había decidido hacerle a su hijo), y siguió un rastro que le pareció correspondía a los bichos, a ver a dónde llegaba.
Antes de seguir con el científico retomemos la historia de nuestras ratas supermodificadas. Con su nuevas ansias de conocimiento, dedujeron que si habían seguido bien el rastro del científico, deberían estar todos en la misma zona, así que se pusieron a ver si le encontraban en la isla.
Después de un rato de seguirse mútuamente las huellas en círculo (era una isla pequeñita), el científico se cansó, volvió con los otros dos y mientras perdían el tiempo, se encontraron felizmente con las ratas.
Una de las ratas demostraba un comportamiento que le interesaba tanto al científico, que decidió intentar matarla y diseccionarla para estudiarla.
De todas las buenas, malas, locas e ideas a secas, esta era de las peores, ya que Aquarat decidió hacerse la muerta para, justo cuando el científico se acercaba a ella con un hierro en la mano que se había encontrado por ahí, atacar al científico y comérselo.
El científico de repente descubrió que ya no necesitaba diseccionar a la rata para entender porqué había mutado, pues se dió cuenta de que él mismo era la rata ahora, y entendía cómo funcionaba y todo lo demás.
Ahora era... ¡Aqua-cientificoloco-rat!
A la luz de este reconocimiento ratonil superior mutante, el científico loco-rata, estudiaba cada movimiento y cada parte de su cuerpo con gran ilusión, mientras hablaba solo con entusiasmo, frente a la otra rata gigante, que estaba muy asustado y no entendía nada, el equilibrista y la mujer barbuda que chillaban como si no hubiera mañana.
Curiosamente (y por exigencias del guión), pasó cerca una boa constrictor, que fué enganchada por el equilibrista y la mujer barbuda, quienes, agarrándola por la cola la agitaron y la lanzaron a las ratas. La serpiente, como estaba hambrienta, empezó a comerse a las ratas, pero, tras comerse a una de ellas, y cuando intentó comerse a Aqua-cientificoloco-rat, llegaron unos indígenas con peinado afro y vestimenta setentera que a coro les gritaron: Stop! In the name of love!
Salvaron a Aqua-cientificoloco-rat y la erigieron como su nuevo dios-rey, sacrificando al equilibrista y a la mujer barbuda para celebrarlo.
La superrata fundó el nuevo reino de Ratveria y todos fueron felices para siempre.