martes, 29 de enero de 2008

El Segador - Terry Pratchett


Bill Puerta abrió la mano. La señorita Flitworth arqueó las cejas. Allí estaba el reloj de cristal dorado, con la burbuja de encima casi vacía. Pero parpadeaba, un instante estaba allí, y al otro no.
-¿Cómo es que lo tiene usted? ¡Si está arriba! La niña lo tiene tan agarrado como... -titubeó-. Como alguien que agarra algo muy fuerte.
TODAVÍA SIGUE ARRIBA. PERO TAMBIÉN ESTÁ AQUÍ. Y EN TODAS PARTES. AL FIN Y AL CABO, NO ES MÁS QUE UNA METÁFORA.
-Pues lo que la niña tiene en la mano parece muy real.
EL HECHO DE QUE ALGO SEA UNA METÁFORA NO QUIERE DECIR QUE NO SEA REAL.
La señorita Flitworth era consciente de que la voz de Bill Puerta resonaba como si hubiera un eco, como si las palabras fueran pronunciadas por dos personas a la vez, casi en sincronía, pero no del todo.
-¿Cuánto le queda?
ES CUESTIÓN DE HORAS.
-¿Y la guadaña?
LE DI INSTRUCCIONES MUY CONCRETAS AL HERRERO.
La mujer frunció el ceño.
-No digo que el joven Simnel sea mal muchacho, pero... ¿está usted seguro de que lo hará? Pedir a un hombre como él que destruya una herramienta como esa es.. bueno, es pedir demasiado.
NO TUVE ELECCIÓN. EL PEQUEÑO HORNO QUE HAY AQUÍ NO ERA SUFICIENTE.
-Era una guadaña muy afilada.
ME TEMO QUE NO TODO LO AFILADA QUE HACÍA FALTA.
-¿Y nadie lo intentó nunca con usted?
HAY UN DICHO: NO TE LO PUEDES LLEVAR CONTIGO.
-Si.
¿CUÁNTA GENTE SE LO HA CREÍDO DE VERDAD?
-Recuerdo que una vez leí algo sobre esos reyes paganos -respondió la señorita Flitworth, titubeante-. Gente del desierto, ya sabe. Los que construían pirámides y metían tantas cosas dentro. Hasta barcos y todo. Hasta chicas con pantalones transparentes, y cacharros de cocina y todo. No me irá a decir que eso está bien.
NUNCA HE ESTADO MUY SEGURO ACERCA DE LO QUE ES EL BIEN, respondió Bill Puerta. NO ESTOY SEGURO DE QUE EXISTA ESO DEL BIEN. O EL MAL. SOLO HAY LUGARES EN LOS QUE ESTAR.
-No, lo que está bien está bien, y lo que está mal está mal -replicó la señorita Flitworth-. A mí me educaron para conocer la diferencia.
LA EDUCÓ UN CONTRABANDISTA.
-¿Un qué?
UNA PERSONA QUE HACE CONTRABANDO.
-¿Y eso qué tiene de malo?
ME LIMITO A SEÑALAR QUE ALGUNAS PERSONAS PODRÍAN TENER UNA OPINIÓN DIFERENTE.
-¡Esas no cuentan!
PERO...
En algún punto de la colina cayó un rayo. El trueno retumbó sobre la casa. Unos cuantos ladrillos de la chimenea se derrumbaron. Entonces, las ventanas temblaron ante una temible sacudida.
Bill Puerta recorrió la sala a zancadas, y abrió la puerta de golpe.
Piedras de granizo, del tamaño de huevos de gallina, rebotaron contra ella y se colaron en la cocina.
OH, TEATRO.
-¡Oh, demonios!
La señorita Flitworth se coló por debajo del brazo de Bill Puerta.
-¿Y de dónde sale ese viento?
¿DEL CIELO?, sugirió Bill Puerta, sorprendido ante el repentino nerviosismo.
-¡Vamos!
La mujer corrió hacia la cocina como un torbellino, y rebuscó en un cajón hasta dar con un farol y un fajo de cerillas.
PERO USTED DIJO QUE SE SECARÍA...
-Con una tormenta normal, si, pero con esta barbaridad... ¡se estropeará! ¡Mañana por la mañana nos la encontraremos dispersa por toda la colina!
Consiguió encender el farol y volvió corriendo.
Bill Puerta miró hacia el exterior, hacia la tormenta. Vio cómo el vendaval arrastraba algunas pajas.
¿ESTROPEARSE? ¿MI COSECHA? Se irguió en toda su altura. ¡Y UNA MIERDA!

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